martes, 6 de enero de 2015

COMPAÑIA DE CABALLEROS CADETES 2 DE AGOSTO DE 1,954 La rebelión de los cadetes dignos













Caballero Cadete JOSE LUIS ARANEDA murio duante el combate de los caballeros cadetes contra el Ejercito de Liberacion.








La Historia


            La rebelion de los cadetes dignos !a un lado del hospital Roosevelt hay un bulevar bautizado con una fecha 2 de Agosto !
El origen del nombre, una historia ocurrida hace 60 años que podria ser como el capitulo siguiente de una Guatemala sin Jacobo Arvenz, es una conmemoracion hacia 142 adolecentes rebelados contra 1,500 soldados de Carlos Castillo Armas y como lograron expulsarlos.     Esta es la historia del DIA DE LA DIGNIDAD NACIONAL.



Cortesia de la Asociacion 2 de Agosto.

Francisco Rodrigues    frodriguez@elperiodico.com.gt

           Las luces del burdel de Mariam Ritcher se vieron opacadas brevemente cuando abrieron la puerta. Ocho hombres ingresaron a la casa, salvadoreños, nicaragyebses, hondureños, quien sabe de cual de estos tres paises eran.       A los cadetes que estaban dentro realmente no les interesaba, para ellos estos sujetos no eran mas que unos mercenarios quienes por ser los invasores Liberacionistas, se pavoneaban por las calles de la ciudad capital con despeciables infulas de conquistadores.
          Un documento que reconoce la historia del partido Movimiento de Liberacion Nacional MLN narra brevemente este hecho. `` ..................Los cadetes mp deberoam estar ahi``, se lee. Los recien llegados dijeron lo mismo a los seis cadetes que disfrutaban estar de franco (o de descanso en el argot militar). Ellos, auque menores de edad, no iban a obedecer las ordenes de un grupo de piratas que no mostraba, ningun respeto por los simbolos patrios.   Ademas, los estudiantes no hacian mas que disfrutar de un lugar conocido por el especial sentimiento que daban a los aspirantes a oficiales, segun decian, porque alguna vez un colega dejo su huella en el corazon de la dueña.
               Los miembros del llamado Ejercito de Liberacion Nacional, fuerza armada comandada por Carlos Castillo Armas para derrocar a Jacobo Arbenz, insistieron en imponerse.   Uno de los cadetes fue encañonado en el pecho, su nombre, Benedicto Lucas Garcia. Se identifico como estudiante de la Escuela Politecnica, pero su carta de presentacion no, valio.  Empezo la pelea, unos golpez apuntados con las mismas armas que portaban.   Un cadete quiso fusilar a los invasores pero Lucas le ordeno bajar el arma.   Minuto mas tarde. los miembros del ejercito invasor regresaron con mas de sus compañeros para apresar a los cadetes. 
             De los tres cadetes consultados para reconstruir esta historia, que entonces tenian en promedio de 17 añod y hoy rondan por los 77, ninguno considera la pelea del burdel como unica causa pra la batalla que se libraria el 2 de Agosto.     Mas bien, se sumo a esa incomodidad producida tecnicamente, los habia bombardeado, invadido y derrocado cuando Jacobo Arbenz opto por renunciar a la Presidencia.
           A su regreso a la escuela, los siete estudiantes de la Politecnica fueron arrestados, no por la trifulca, sino porhaberse dejado vencer y falta de espiritu combativo. Las ganas de expulsar a los invasores era un sentimiento compartido por todos los niveles del Ejercito Nacional, pero solo un grupo de adolescentes se animaria a intentarlo.  
Falso abrazo
          Otros incidentes acrecentarian la tirria hacia los extranjeros.  Uno de ellos se dio el dia 3 de Julio de 1954, cuando en el aeropuerto nacuonal La aurora decendio un avion proveniente de el Salvador.   "Nosotros eramos unos niños que no conociamos las implicaciones politicas, sin ideologia.   Eso si, la amenaza siempre la percibimos"  recuerda Francisco Gordillo cadete que entonces tenia 15 años.











Cuando DeLarm regresó a la base militar La Aurora para abastecerse, un grupo de hombres mayores le ordenó alzar las manos. Eran oficiales del Ejército, dos cadetes lograron convencer al comandante de esa delegación para que los apoyara. Kjell Laugerud (presidente 1974-1978), Romeo Lucas García (presidente 1978-1982), entre otros superiores de otras bases envidiaban el actuar de los jóvenes, los apoyaron. El suplemento de armas no se hizo esperar, las explosiones de morteros sobre el techo del Roosevelt terminó de desmoralizar a los liberacionistas. Una tregua fue pactada entre las 14:00 y las 17:00 horas.
La traicionada tregua
“¿Les parece muy bonito lo que hicieron?” Preguntó el coronel Castillo Armas a los dos cadetes enviados para negociar una tregua en Casa Presidencial. Los cadetes guardaron silencio y dejaron que el arzobispo Mariano Rossell y Arellano, el elegido por los estudiantes para ser mediador entre ambos bandos, entregara la carta de peticiones. Eran tres páginas, donde dejaban claro que su motivación única era rescatar la dignidad del Ejército y defender la soberanía nacional, sin tintes políticos. Para dar un alto al fuego, solicitaban destituir al mayor Mérida como director de la Escuela Politécnica, no tomar represalias contra los estudiantes, y sacar del país a los liberacionistas. Castillo Armas aceptó las condiciones, pero igual que el Pacto de San Salvador, no las respetaría.
Cuando la rendición era un hecho y los cadetes se acercaban para tomar a los vencidos, una última ráfaga de balas salió de la trinchera liberacionista. “Tuvimos que emprender la estrategia llamada fuego y maniobra, es decir, correr y disparar” recuerda Paiz. El Roosevelt se convirtió por un momento en el campo de batalla hasta que la liberación no pudo resistir.
La batalla terminó a las 17:30 horas, los soldados de la liberación salieron del hospital con las manos en la cabeza, formados uno tras otro para dejar sus armas, entre ellos el oficial Roberto Carpio Nicolle (vicepresidente con Vinicio Cerezo en 1984). En columnas escoltadas por los cadetes, y ovacionados por los capitalinos como en un verdadero desfile de la victoria, los capturados fueron llevados a la estación de ferrocarriles, subidos a un tren y enviados hacia Zacapa.
Para cuando terminó el día, los cadetes lograron lo que sus superiores tanto habían deseado. El historiador Miguel Álvarez la considera una victoria limitada, pues Castillo Armas continuó en el poder como si la batalla no hubiera sucedido. Ocho días después de su victoria, el Gobierno desconoció la tregua. El Arzobispo, quien fue su testigo de honor y pudo exigir el cumplimiento de la misma, alegó amnesia para evadir tal responsabilidad. Los estudiantes fueron detenidos y acusados de sedición, un delito que amerita la pena de muerte según el Código Penal Militar.
Para suerte de los cadetes, la mayoría era menor de edad, el juicio no procedió. Cuatro meses después recuperaron su libertad, algunos debieron esperar un año tras las rejas. Quienes decidieron permanecer en el Ejército fueron becados hacia Brasil, Argentina, Francia o Venezuela. Gordillo hace una pausa en su relato para responder a una pregunta que le han hecho con frecuencia “¿Fue eso un premio? ¿Un castigo
De cualquier forma, de esta generación que con los años sería un símbolo de dignidad, emergieron personajes que participarían en la historia del país. Gordillo conformó, junto a Efraín Ríos Montt, el triunvirato que derrocaría a Romeo Lucas García; su hermano, Benedicto Lucas García, fue el delegado para formar las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) durante el conflicto armado. El cadete que quebró el candado de la armería fue Ricardo Méndez Ruiz, ministro de Gobernación con Ríos Montt, por mencionar algunos.
Ayer se cumplieron 60 años de esta historia, los peatones y vehículos pasaron como siempre sobre el bulevar “2 de Agosto”. En su rutina, la mayoría ignora que alguna vez ese suelo se tiñó con sangre de cadete, de jóvenes que tomaron sus armas para devolverle a Guatemala la dignidad que le arrebatara Castillo Armas."
>“En Guatemala los héroes tienen 15 años” escrito por Carlos Enrique Wer, cadete de la promoción 53 que participó en los hechos del 2 de agosto. Cortesía de Asociación 2 de AgostoFrancisco Rodríguez frodriguez@elperiodico.com.gtLas luces del burdel de Miriam Ritcher se vieron opacadas brevemente cuando abrieron la puerta. Ocho hombres ingresaron a la casa; salvadoreños, nicaragüenses, hondureños, quién sabe de cuál de estos tres países eran. A los cadetes que estaban dentro realmente no les interesaba, para ellos estos sujetos no eran más que unos mercenarios quienes por ser los invasores “Liberacionistas”, se pavoneaban por las calles de la ciudad capital con despreciables ínfulas de conquistadores.Un documento que recoge la historia del partido Movimiento de Liberación Nacional (MLN) narra brevemente este hecho, “…los cadetes no debían estar ahí”, se lee. Los recién llegados dijeron lo mismo a los seis cadetes que disfrutaban estar de franco (o de descanso en el argot militar). Ellos, aunque menores de edad, no iban a obedecer las órdenes de un grupo de piratas que no mostraba ningún respeto por los símbolos patrios. Además, los estudiantes no hacían más que disfrutar de un lugar conocido por el especial consentimiento que daban a los aspirantes a oficiales, según decían, porque alguna vez un colega dejó su huella en el corazón de la dueña.Los miembros del llamado Ejército de Liberación Nacional, fuerza armada comandada por Carlos Castillo Armas para derrocar a Jacobo Árbenz, insistieron en imponerse. Uno de los cadetes fue encañonado en el pecho, su nombre, Benedicto Lucas García. Se identificó como estudiante de la Escuela Politécnica, pero su carta de presentación no valió. Empezó la pelea, unos golpes y amenazas después, los ocho liberacionistas eran apuntados con las mismas armas que portaban. Un cadete quiso fusilar a los invasores pero Lucas le ordenó bajar el arma. Minutos más tarde, los miembros del ejército invasor regresaron con más de sus compañeros para apresar a los cadetes.De los tres cadetes consultados para reconstruir esta historia, que entonces tenían en promedio 17 años y hoy rondan por los 77, ninguno considera la pelea del burdel como única causa para la batalla que se libraría el 2 de agosto. Más bien, se sumó a esa incomodidad producida por la idea de compartir filas con un ejército que, técnicamente, los había bombardeado, invadido, y derrotado cuando Jacobo Árbenz optó port renunciar a la Presidencia.             A su regreso a la escuela, los seis estudiantes de la Politécnica fueron arrestados, no por la trifulca, sino por haberse dejado vencer y “falta de espíritu combativo”. Las ganas de expulsar a los invasores era un sentimiento compartido por todos los niveles del Ejército Nacional, pero solo un grupo de adolescentes se animaría a intentarlo.Falso abrazoOtros incidentes acrecentaban la tirria hacia los extranjeros. Uno de ellos se dio el día 3 de julio de 1954, cuando en el aeropuerto nacional La Aurora descendió un avión proveniente de El Salvador. “Nosotros éramos unos patojos que no conocíamos las implicaciones políticas, sin ideología. Eso sí, la amenaza siempre la percibimos” recuerda Francisco Gordillo cadete que entonces tenía 15 años.La aeronave que debió recibir y escoltar el Ejército traía a las autoridades que participaron en el “Pacto de San Salvador”, un acuerdo firmado en el vecino país en el cual el Ejército entregaba oficialmente el poder a Castillo Armas. Este, por su parte, se comprometió a convocar a elecciones y a hacer de las fuerzas armadas liberacionistas, que él lideraba, y las nacionales una sola.Cuando la compuerta se abrió, el público esperaba a la persona que “los liberó del comunismo”. En apariencia de forma contradictoria, quien descendió fue el embajador de Estados Unidos John E. Peurifoy, detrás el presidente de facto Castillo Armas. Tiempo después, con los documentos desclasificados de la CIA, Gordillo con sus compañeros entenderían lo que eso significaba.
En la algarabía del protocolo, las filas de los liberacionistas no respetaron la bandera ni la valla formada por los cadetes como recibimiento, una gota más para la casi desbordada tolerancia de los militares. La indignación debió contenerse de nuevo.               Los roces se acumularon hasta que las hojas del calendario cayeron y mostraron el número 1 del mes de agosto. De lo pactado en San Salvador, Castillo Armas solo cumplió con celebrar un acto para unir las dos fuerzas armadas. “Ese día hubo discursos en el Campo de Marte por la victoria ¿La victoria de quién? La de ellos. Uno de los puntos principales era que un soldado se diera un abrazo con los del Ejército de Liberación como manifestando unidad o camaradería. Pero ¿A quién habían vencido? Al ejército”, recalca Gordillo para pintar la falsedad e insolencia que les causó ese acto.Por la noche, el Ejército de Liberación fue enviado a ocupar las instalaciones del recién construido, pero no equipado hospital Roosevelt. Los cadetes Lucas y Gordillo fueron a dormir un tanto desvelados por los exámenes del siguiente día. Lucas apenas había reposado dos horas cuando, a la primera hora de la madrugada, todas las luces de la Escuela Politécnica brillaron. En medio de la desorientación, Gordillo recuerda a un compañero que empujó su escritorio al centro del dormitorio y gritó la primera consigna “¡Vamos a atacar al Roosevelt!”.“Soy yo el abanderado”Eran las 23 horas del 1 de agosto cuando Mario Paiz, un cadete de cuarto año, ordenó a sus compañeros castigados retirarse para disimular que aquel era un domingo cualquiera. Terminada su tarea, en lugar de caminar hacia su camastro, fue al laboratorio de química.Entró al salón, el más aislado de toda la Escuela. Sus contemporáneos lucían nerviosos, dos cadetes recuperaban el aliento por haber ido y regresado corriendo del hospital Roosevelt (unos cuatro kilómetros aproximadamente). En el pizarrón, compañeros de varias promociones planificaban el ataque con base a la nueva información que los alarmó: El enemigo sumaba unos 1,500 elementos. Ellos, sin contar a los de nuevo ingreso, sumaban poco más de cien elementos, una proporción de 15 extranjeros por cada cadete. “Cuando el hombre tiene una formación, ama su patria y a su sistema, no le importa defender el honor de la patria” dice Paiz 60 años después de tomada la decisión.“¡Mi mayor Medina!” se escuchó a la puerta del director de la Escuela, quien esa tarde había sido condecorado por Castillo Armas. “¡Hay tres soldados heridos!”. Al mayor lo sacudió la noticia, salió de su habitación pero no encontró urgencia médica alguna. “¿Qué es lo que pa…?” el sabor de la última palabra quedó en su boca cuando sintió el frío de un cañón pegado a su pijama. “¡¿Están ustedes locos?! ¡Vuelvan a sus puestos!”. Las armas de los cinco cadetes, todos niños a sus ojos, no dejaron de apuntarle. “Dese usted por detenido, Mayor Medina. La escuela está en manos de la compañía, atacaremos la Liberación”. Siendo el mayor un liberacionista, guardó silencio.Lo mismo sucedió con el subdirector, coronel Chinchilla. Intentó convencerlos de desistir recordándoles lo sucedido a los últimos cadetes que se rebelaron. Fue en tiempos de Estrada Cabrera e intentaron acabar con su vida, los 21 jóvenes fueron perseguidos y asesinados tras fallar en su misión. No lograron disuadirlos tampoco los oficiales de turno.– No vayás –le dijo Romeo Lucas García a su hermano Benedicto.– Si vas van a pensar que yo también estoy involucrado y me vas a arruinar la carrera. – El cadete se abstuvo de combatir unas horas, pero partiría cuando el Sol había salido.Los cadetes dirigentes dudaban de la lealtad de los del quinto año, pues en poco tiempo ascenderían a oficiales con oferta de trabajo en la Guardia Presidencial. El abanderado de la promoción, José Araneda, preguntó si a la batalla iría la bandera. Ante la afirmativa, el cadete pronuncia una de las más memorables frases de la noche “Soy yo el abanderado, y a donde va la Compañía va su bandera, y a donde va la bandera voy yo”. Araneda sería horas más tarde una de las bajas.El candado de la armería fue quebrado, los cables telefónicos cortados y las luces iluminaron el rostro de todos en la Escuela Politécnica. El reloj marcaba la primera hora del 2 de agosto de 1954.Finitas municiones              La luz de la luna iluminaba esa madrugada el hospital, alrededor campos abiertos, vacíos y planos, locación que facilitaría un ataque, más no brindaba defensa alguna. Paiz llegó primero con otros 18 cadetes al punto de reunión, el cadete quedó delegado para comandar el tercer pelotón, los otros dos atacarían por los laterales, él por la parte frontal, pero no había nadie.Un camión sin gasolina y otro averiado habían retrasado el plan. Las últimas instrucciones se giraron, y Paiz, con su pelotón tirados entre el pasto, armados con fusiles de entrenamiento y algunas metralletas, sus cadetes apretaron el gatillo. Los liberacionistas respondieron: empezó la guerra.            De los dos bandos empezaron los heridos, después los muertos, a cada rayo de Sol los cadetes se hacían más vulnerables. En campo abierto la oscuridad era su único escudo contra un ejército atrincherado en un edificio de concreto. Araneda, comandando el segundo pelotón, intentó entrar al hospital por medio de los túneles pero los extranjeros cubrieron el punto de acceso. Otros cadetes apuntaban con sus metralletas 50 a la terraza para limitarles su visión de tiro, pero les quedaban las ventanas. Los cadetes se quedaban con menos municiones, en la comparación de números, los jóvenes empezaron la guerra perdiendo. El apoyo era urgente.           Una vez vencidos, los liberacionistas formaron filas para entregar sus armas antes de ser enviados a Zacapa. (Cortesía Asociación 2 de Agosto)

Aval superior             En el cielo se vio un punto negro, Paiz supo de inmediato qué era, incluso, quién era. Fue el mismo punto que vio dos meses antes, una mancha que conforme se acercaba mostraba sus alas, sus hélices y sus armas. El cadete estuvo bajo su fuego la primera vez que atacaron la Escuela Politécnica, era un avión P-47 piloteado por el tejano Jerry DeLarm. Sus ráfagas hirieron a la gente de Paiz, el pelotón se replogó.             Cuando DeLarm regresó a la base militar La Aurora para abastecerse, un grupo de hombres mayores le ordenó alzar las manos. Eran oficiales del Ejército, dos cadetes lograron convencer al comandante de esa delegación para que los apoyara. Kjell Laugerud (presidente 1974-1978), Romeo Lucas García (presidente 1978-1982), entre otros superiores de otras bases envidiaban el actuar de los jóvenes, los apoyaron. El suplemento de armas no se hizo esperar, las explosiones de morteros sobre el techo del Roosevelt terminó de desmoralizar a los liberacionistas. Una tregua fue pactada entre las 14:00 y las 17:00 horas.La traicionada tregua“¿Les parece muy bonito lo que hicieron?” Preguntó el coronel Castillo Armas a los dos cadetes enviados para negociar una tregua en Casa Presidencial. Los cadetes guardaron silencio y dejaron que el arzobispo Mariano Rossell y Arellano, el elegido por los estudiantes para ser mediador entre ambos bandos, entregara la carta de peticiones. Eran tres páginas, donde dejaban claro que su motivación única era rescatar la dignidad del Ejército y defender la soberanía nacional, sin tintes políticos. Para dar un alto al fuego, solicitaban destituir al mayor Mérida como director de la Escuela Politécnica, no tomar represalias contra los estudiantes, y sacar del país a los liberacionistas. Castillo Armas aceptó las condiciones, pero igual que el Pacto de San Salvador, no las respetaría.Cuando la rendición era un hecho y los cadetes se acercaban para tomar a los vencidos, una última ráfaga de balas salió de la trinchera liberacionista. “Tuvimos que emprender la estrategia llamada fuego y maniobra, es decir, correr y disparar” recuerda Paiz. El Roosevelt se convirtió por un momento en el campo de batalla hasta que la liberación no pudo resistir.La batalla terminó a las 17:30 horas, los soldados de la liberación salieron del hospital con las manos en la cabeza, formados uno tras otro para dejar sus armas, entre ellos el oficial Roberto Carpio Nicolle (vicepresidente con Vinicio Cerezo en 1984). En columnas escoltadas por los cadetes, y ovacionados por los capitalinos como en un verdadero desfile de la victoria, los capturados fueron llevados a la estación de ferrocarriles, subidos a un tren y enviados hacia Zacapa.Para cuando terminó el día, los cadetes lograron lo que sus superiores tanto habían deseado. El historiador Miguel Álvarez la considera una victoria limitada, pues Castillo Armas continuó en el poder como si la batalla no hubiera sucedido. Ocho días después de su victoria, el Gobierno desconoció la tregua. El Arzobispo, quien fue su testigo de honor y pudo exigir el cumplimiento de la misma, alegó amnesia para evadir tal responsabilidad. Los estudiantes fueron detenidos y acusados de sedición, un delito que amerita la pena de muerte según el Código Penal Militar.Para suerte de los cadetes, la mayoría era menor de edad, el juicio no procedió. Cuatro meses después recuperaron su libertad, algunos debieron esperar un año tras las rejas. Quienes decidieron permanecer en el Ejército fueron becados hacia Brasil, Argentina, Francia o Venezuela. Gordillo hace una pausa en su relato para responder a una pregunta que le han hecho con frecuencia “¿Fue eso un premio? ¿Un castigo? Quizá ninguno de los dos, quizá lo que quisieron era desarticular a ese grupo por considerarlo una potencial amenaza”.De cualquier forma, de esta generación que con los años sería un símbolo de dignidad, emergieron personajes que participarían en la historia del país. Gordillo conformó, junto a Efraín Ríos Montt, el triunvirato que derrocaría a Romeo Lucas García; su hermano, Benedicto Lucas García, fue el delegado para formar las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) durante el conflicto armado. El cadete que quebró el candado de la armería fue Ricardo Méndez Ruiz, ministro de Gobernación con Ríos Montt, por mencionar algunos.Ayer se cumplieron 60 años de esta historia, los peatones y vehículos pasaron como siempre sobre el bulevar “2 de Agosto”. En su rutina, la mayoría ignora que alguna vez ese suelo se tiñó con sangre de cadete, de jóvenes que tomaron sus armas para devolverle a Guatemala la dignidad que le arrebatara Castillo Armas.">“En Guatemala los héroes tienen 15 años” escrito por Carlos Enrique Wer, cadete de la promoción 53 que participo en los hechos. 

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